Cenicienta 3.0

Había una vez un hombre que tras enviudar conoció a una mujer arrogante e intolerante, pero que pese a eso, logró enamorarle.

Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una única hija inteligente, amable y sensible como ninguna otra. Desde el principio las dos hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban a llevar las ropas más pasadas de moda y descoloridas y a hacer todas las tareas de la casa a mano, no le dejaban utilizar la lavadora, ni la aspiradora, ni el lavavajillas. La pobre se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas.

Un día cuando estuvo sola rompió a llorar de pena, y fue entonces, cuando apareció su hada madrina:

– Cenicienta, soy tu hada madrina ¿Qué ocurre? ¿Por qué lloras de esa manera?

– Hay hada madrina! estoy agotada, sin ilusión por vivir. No tengo fuerzas para seguir…

– ¿Y qué estás esperando para solucionarlo? ¿A que alguien lo resuelva por ti?

– ¿No es eso lo que sucede en los cuentos de hadas?

– Eso tal vez sucedía antes, ahora tienes que tomar el futuro en tus manos e intentar ser feliz.

Tras decir estas palabras el hada madrina dio un golpe de varita y desapareció. Fue entonces cuando Cenicienta se replanteó su vida. Buscó un trabajo y se fue a vivir sola.

Una noche asistió con unas amigas a un baile de disfraces y allí conoció a su príncipe azul. Se llamaba Paul, era pelirrojo, bastante regordete, llevaba gafas e iba disfrazado de príncipe.

Cenicienta iba disfrazada de princesa con un vestido de medidas especiales y unos zapatos de plástico transparente de tacón alto que asemejaban cristal que encontró en una tienda a muy buen precio.

Cuando Cenicienta llegó al baile se hizo un enorme silencio. Todas las personas que estaban en la fiesta contemplaron aquella princesa. A decir verdad, no era fácil que aquella figura pasara desapercibida. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y desde el instante mismo en que pudo apreciar su simpatía de cerca, no pudo dejarla de admirar.

A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que estaban dando las doce, hora en que pasaba el último autobús. Se levantó y salió corriendo del baile. El príncipe, preocupado, salió corriendo tras ella pero no pudo alcanzarla. Tan sólo pudo encontrar tirado en el suelo uno de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras corría.

Días después alguien llamó al timbre de la casa de Cenicienta llevando aquel zapato de cristal. Paul sabía que un zapato de aquel tipo talla 45 solo podía ser hecho a medida. Por lo tanto, averiguó donde los hacían y allí le dieron el nombre y dirección de su propietaria. Cenicienta le agradeció haberle devuelto aquel zapato, le ofreció tomar un café y este fue el comienzo de una linda relación.

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